jueves, 26 de agosto de 2010

El desierto terrestre

La superficie se movía ondulante como una serpiente de oro. La arena se levantaba con el viento y se depositaba un poco más allá, reconfigurando el desierto. El sol ya había bajado a dormir y el cielo entrecerraba su magnifico ojo matizando de azul la llanura siseante y extensa. El silencio se quebraba ligeramente por algún sonido apenas perceptible y desconocido. Maal al, asomado a la ventanilla de la nave, observaba el desierto azul dorado y le resultaba la representación de la belleza, le parecía un sitio maravilloso. No había visto nada igual. Los sentimientos se le agolpaban y la nostalgia se bosquejaba en su angosto pecho. Miraba las dunas y el arrastrar de los granos fabulosos. Todavía era verano en la Tierra.

sábado, 14 de agosto de 2010

Los visitantes

Seguía siendo verano. Había gente en los oscuros porches abanicándose, luciérnagas rojas subían y bajan en la oscuridad, luego hacían un último vuelo nocturno y se apagaban en el pasto recién regado. En las cocinas había entrechocar de platos, los niños escuchaban las historias de los viejos. El olor de la cena se disipaba en el aire cálido y las abuelas se rehusaban ir a cocinarse en las camas, preferían dormitar en el rumor de las conversaciones. Un gato se deslizó sobre un muro; era una sombra perdiéndose en la noche. La Tierra se adormecía. Lejos, había un rumor de lluvía que llegaba y se iba como cuando uno cree escuchar que alguien dice su nombre.
Nadie advirtió la nave, nadie comentó las luces verdes, azules, naranjas que titilaban como una estrella en el árbol navideño.
Los visitantes no hablaban, no hacían notas, no manipulaban ningún teclado, sólo observaban atentos. Cada uno, a su manera, deseaba permanecer ahí y sentarse en un porche a oscuras a conversar.

lunes, 9 de agosto de 2010

Nostalgía

"Todas esas estructuras son hermosas... y pensar que se crearon por nostalgia" Estaba ante la ventanilla que magnificaba la imagen de lo que estaba en el exterior. Miraba silencioso las milenarias construcciones. Ya había recorrido prácticamente todo el planeta observándolas sólo por el gusto de maravillarse y... de recodar a su padre que tanto las amó. De él fue la iniciativa de edificarlas para, cuando regresarán, si es que lo hacían, encontrar que el planeta albergaba algo suyo. Fue como poner un sello a su antiguo hogar. Permaneció mirando con una emoción que, por sus características físicas actuales, no asomó a su rostro como sucedía con sus ancestros miles de años atrás, sin embargo, los ojos brillaron con ese destello acuoso de quien recuerda lo perdido. Allá abajo, un vientecillo removió el polvo y lo levantó en un pequeño torbellino que, en una espiral amarilla, parecía subir hasta la nave. Era verano en la Tierra y los olores a pasto recién cortado, a humedad en las macetas, de la sombra en los porches, del viento caliente sobre el asfalto, formaban la sinfonía estival. Él lo sabía y recordaba, por los implantes, ese mundo de olores y colores. Y se puso triste. La Tierra ya no era su hogar, no lo sería nunca más.