domingo, 13 de febrero de 2011

Tarde como de verano

A pesar de que el invierno se ha estacionado sobre los tejados y las calles, desde hace varios días, ha habido buen tiempo. El sol calienta los huesos y hay un olor como a verano. Las habitaciones se adormecen en el viento tibio, las horas se alargan y los sentimientos se acunan en el vaiven suave. Afuera, los prados lucen verdes y destellan a la luz solar...
Lejos de las casas y los jardínes, lejos de cualquier mirada, una de las pequeñas naves aterrizó en el desierto. Nadie vio, nadie se percató. La puertecilla se abrió y uno de los seres asomó con cautela; con una mirada asombrada recorrió el paisaje: sahuaros, una salamandra, algo que serpenteó. Descendió cuidadosamente y posó un pie sobre la tierra seca y caliente. Sonreía. Posó el otro pie. Quedó parado en la tierra que resumaba calor. Su indumentaria, su uniforme, reflejaba el brillo del sol. Luego, fuera de toda regla, se sacó una bota, que parecía un calcetín grueso, y pisó el suelo... Después de un rato seguía sonriendo.

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