lunes, 6 de diciembre de 2010

Reunión

Esta vez no fue una nave, sino cuatro las que se reunieron. Descendieron a muy baja altura y estuvieron observando. No registraban ni analizaban, sólo observaban. Algo se removía en el interior de sus ocupantes al mirar la calle, con sus islas de luz, barrida por el otoñal viento nocturno que mecía las frondas sombreadas de los árboles de las aceras. Las casas oscuras con sus cuadros amarillosos en las cocinas, los ruidos de la cena, los terrestres sentados en los porches, desde donde se elevaban los murmullos de las conversaciones...
Las titilantes luces rojas y azules de las pukaas no eran advertidas, las personas continuaban con sus pacíficas vidas, antes de irse a dormir.
Las navecillas se bamboleaban sostenidas en su radio de ingravidez. Cuando las casas apagaron la luz, cuando los porches se quedaron solitarios, cuando el viento arrastó un poco más fuerte su capa invisible, las pukaas temblaron en el aire como hojas secas, luego, se marcharon. Con su zumbido de abejas se alejaron.

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